No, gracias

(Del libro Nadie te creería)

A Jorge Aviglianono-gracias
Cierta vez un niño despertó con el deseo de cambiar, de ser bueno. Decidió pasar a ser un niño del que todos estuvieran orgullosos: sus padres, sus hermanos, sus vecinos, su ciudad. Incluso su país, orgulloso de contar con un niño tan bueno entre los suyos.
Bajó de la cama de un salto, oyó que su hermano se estaba bañando y ofreció acercarle la toalla:
– No, gracias (le respondió desde debajo de la ducha).
Se vistió y corrió hacia la cocina, encontró a la mamá colocando las tazas en la mesa.
– ¡Te ayudo!
– No, mi amor, gracias.
Ofreció sacar a pasear al perro, pero ya regresaba su padre que había hecho eso y le dijo:
– No, gracias.
Desayunaron, intentó alcanzar el azúcar, pero su abuela le dijo:
– No, gracias.
Corrió a la calle. De pronto, casi enfrente de él, una tierna anciana se cayó de bruces. ¡Perfecto! exclamó y fue en su auxilio. Pero al llegar la mujer se levantaba sola y le dijo:
– No, gracias.
Luego encontró a un señor ciego, parado en una esquina y se ofreció para cruzarlo:
– No, gracias (le respondió).
En la escuela levantó la mano para pasar al frente a dar la lección; pero la maestra le dijo:
– No, gracias.
Vio que la directora salía de su oficina, cargada de carpetas. Señora, déjeme que la ayude. Pero ella respondió: No, gracias. Tuvieron un examen de matemáticas, lo terminó enseguida, se dio vueltas y le ofreció a su amigo: ¿Te falta algún resultado? No, gracias. Miró hacia la derecha, una compañera escribía a toda prisa. ¿Querés que te ayude? No, gracias.
Terminó esa tarde en la escuela y fue hacia su casa con un andar cansino, sintiéndose un pobre derrotado. Pasó frente a un templo, entró, se arrodilló y comenzó a decir una oración. Una voz honda y poderosa, que parecía venir de todas partes, dejó oír su mensaje:
– No, gracias.
Salió corriendo del templo , desesperado, empujado por un impulso frenético; pero en la misma puerta se le interpuso un señor que cortó su carrera para ofrecerle un billete de lotería, o un estuche con tres peines de diferente tamaño, o cinco lapiceras, o un práctico portamonedas para la cartera de la dama o el bolsillo del caballero, o un encendedor para la cocina con vida útil garantizada por diez años, o tres chocolates por un peso, o dos revistas de decoración por cinco pesos, o una suscripción para la enciclopedia más moderna del mercado y que por esta única oportunidad como promoción de lanzamiento se entrega por la mitad de su precio normal, es decir a un precio anormal, o un exprimidor con tres naranjas que ya fueron exprimidas en tres ocasiones, o un juego de cocina compuesto por cinco ollas con base de bronce de tres capas que conservan mejor el calor, o cinco libros para colorear que vienen con una simpática caja de seis lápices de colores, o una canción, pídeme la canción que quieras, ¿no quieres que te cante una canción?
– No, gracias (respondió el niño, muy a su pesar, pues detestaba tener que usar la misma frase que lo había perseguido a lo largo del día).
– No puedes decirme eso.
– Sí, porque usted me ofrece cosas que no le pedí, y que no necesito.
– Pero tal vez acierto con algo que ibas a desear o precisar.
El niño miró al vendedor, observó que su traje no era nuevo y estaba arrugado por la cantidad de objetos que cargaba; su camisa era blanca, pero necesitaba ser lavada, su corbata tenía el nudo flojo, y olía a transpiración. Entonces le preguntó:
– ¿Y usted qué necesita?
El vendedor se quedó pensativo, serio. Un día de descanso, estoy agotado de ofrecer mis mercaderías.
– Tómeselo (respondió el niño), tómeselo de todos modos, y mañana o pasado mañana sigue.
El vendedor apoyó su gastado portafolio en el suelo, con una vieja sonrisa comentó:
– No es mala idea, verdad (respiró hondo y suspiró). ¿Hay algún bar en este pueblo?
– Sí, hay varios, como aquél (y señaló).
El vendedor juntó sus cosas, se despidió agradecido, y el niño se fue, contento, a caminar, o a jugar con sus amigos.

© Luis Pescetti

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