Parlamento de la marioneta de Orsini

Tengo una ventaja sobre Orsini,
mis hilos se ven.
Tengo una ventaja sobre ustedes.
Sobre usted, señora, sobre usted hermosa joven, amable caballero,
también sobre Orsini,
mis hilos se ven.

 

Me miran con compasión, desean que me libere de Orsini;
y es que también lo compadezco.
Orsini es ciego a lo que lo mueve, aunque se atribuya razones,
como yo que me digo: no quiero trabajar, cuando veo que voy hacia mi valija,
¡Basta de trabajar! Me digo:
Oh, qué ganas de disfrutar esta mañana, cuando noto que la valija se abre.
Detesto dejar sin razones a mis movimientos.

 

¿Cómo podría tener la culpa Orsini?, apenas un hombre,
en manos de los caprichos, del misterio, de los poderosos,
de las circunstancias siempre impredecibles e imperiosas.
¿Cómo podría sentir vergüenza o ser responsable?
Tampoco ustedes, no se ofendan.

 

Qué darían, confiesen, por ver los hilos que los mueven.
Es más, yo, que veo mis hilos,
tampoco sé cuál será mi próximo paso.
Qué daríamos por conocer la dicha o la tragedia,
las consecuencias de los actos.
El destino escrito o el que tallamos.
Los hilos que nos tiran, los que arrastramos.
Estar vivos sin estar atados.

 

La otra mañana, Orsini todavía no había llegado,
pensé: sin mis hilos quedaría así: inanimado, atento.
Se me reveló: caería desarmado.
sin líneas, sin impulsos, ¿se dan cuenta?,
como caerían ustedes sin sus propósitos, querida audiencia,
si lograran liberarse como tanto anhelan, de los hilos que los gobiernan
y sostienen.

 

Usted, señor, quisiera estar libre de una deuda, sin perder su audacia,
la señorita quisiera estar libre de un miedo, sin soltar un recuerdo,
aquél joven quiere liberarse de la timidez, pero sin perder la inseguridad que lo abriga,
otro quisiera liberarse de un prepotente, sin vencer el miedo.
Perder el hambre, sin perder el dinero.

Yo puedo ayudarlos con esta tijera que tengo.
No la uso; pero me recuerda que podría pedirle a Orsini ser liberto.
Amables damas y gentiles caballeros, todos buenos amigos,
pongo a su disposición mi tijera, cortar el hilo que quieran.
Piénsenlo bien, me permito recomendarles.
En mi humilde experiencia nunca me atreví a cortar ni uno,
no por falta de decisión sino por verlos tan humana y hermosamente trenzados.

 

Sepan disculpar si sonó arrogante que presumiera tener una ventaja sobre Orsini,
sobre ustedes,
es la emoción del escenario y del pensamiento.

 

Espero que sus hilos no se enreden…
o sí: si amor, es lo que quieren.
Bueno, que no se anuden…
o sí: si, sostén es lo que buscan.
Que no se corten…
o sí: si quieren cambiarlos por otros, o descansar.

 

En todo caso, queridos amigos,
les deseo colores para sus hilos,
buenas conversaciones con ellos,
ahora que los sienten, los oyen,
saben que, incluso, los cultivan
y casi, casi, los observan.

 

© Luis Pescetti

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