Hasta siempre y desde siempre, Les Luthiers

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Estimados Patriotas de las Naciones de Iberoamérica, Honorable Cámara y Pueblo de la Nación: Quino, Fontanarrosa y Les Luthiers deberían

estar en la escarapela. Por lo menos. Bien cerca del corazón. Que los chicos aprendan, antes que cualquier ruido de armas, que ellos representan algo que cuando falta: mejor salir corriendo, y que cuando está: es nuestro hogar, o nuestra patria (ya puestos a emocionarnos).

 

Con Les Luthiers aprendí que se podía ser culto sin ser solemne, y que podía reírme de lo rígido y engolado, pero con una amable elegancia. Cuando los conocí sentí que eran los Robin Hood de la cultura. Nombraban cosas conocidas pero que quedaban del otro lado de la vitrina. Luego, ellos cantaban, hacían monólogos, escenas y las devolvían, después de una risa muy liberadora, convertidas: en algo que era de todos.

 

Salí de cada show con ganas de ser uno de ellos, como ellos, orgulloso de ser del mismo país que ellos. Con los años se me regaló ser amigo de Jorge Maronna y hasta escribir un libro juntos (así presumo el dato y piso un poco de alfombra roja). Pero eso no me alejó ni un poco de seguir siendo el mismo fiel espectador de Les Luthiers. Y más cuando conocí de cerca su manera laboriosa y exigente en el oficio de crear y ensayar.

 

En el amor a la música, al humor, al canto, a la inteligencia y la sensibilidad, en la mezcla que solo ellos lograron hay un modo en el que nos reconocemos, como un país que se superpone a este, y al que pertenecemos, no como una isla, sino otro país, más humano y con otras fronteras.

 

Es así que un Premio Nobel, plomeros y maestros, Su Alteza, unas Princesas, doctores y señores de cualquier estirpe, luego Su Majestad, abuelos con nietos, padres, parejas jóvenes, el mejor director de orquesta y pianista del mundo; frente a este grupo de amigos: se convierten en ciudadanos comunes, en la misma butaca de los distintos teatros y ciudades. Riendo por lo mismo, siempre con ese aire de evidencia que sorprende y al mismo tiempo cae de maduro: “Ya decía yo…”, porque su humor nos da la razón en alguna cosa que sospechábamos y ellos revelan.

 

Por eso, por su risa democrática, republicana, de pueblo, por la piadosa bondad de su humor que desenmascara pero no ofende; o mejor al revés: que no ofende, pero que desenmascara, es que propongo, patriotas de Iberoamérica, que no sólo llevemos a nuestros hijos a verlos, en ese amoroso ritual, sino que les digamos: “Hay que seguir haciendo esto, hijo, mío, siempre siempre. Pero no sólo si vas a ser músico, si vas a ser médico, o ingeniero, o maestro, no importa; no te olvides de esto que vimos, y que te inspire”.

 

Queridos Les Luthiers, con lo mismo que cantó Miguel Hernández:

“Tu risa me hace libre,

me pone alas.

Soledades me quita,

cárcel me arranca.”

Va este abrazo por la risa que me regalan, y que me llevo, queridos amigos, patria mía, infancia mía de la risa y del teatro y de lo que me llevo a casa.

Luis Pescetti

© Luis Pescetti

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