Dios es como mi mamá

Dios es como mi mamá, que destejía un pulóver de mi hermano
para tejerme uno a mí,
o uno que habíamos usado mucho, para que pareciera nuevo.
De otra manera no se le hubiera ocurrido este reciclaje
de nada se pierde, nada se gana, todo se transforma.
Una ley que solo se puede aplicar de lejos, porque
donde te acercás y querés un poco, después un poco más,
se va aquerenciando el alma…
¡A ver si nada se pierde cuando te mueven la frazada!
Claro que se pierde o se gana…
“transforma” ha de ser “empate”, pero no se me ha dado.
“Tan mal no me fue”, sí.
“Podría haber sido peor”, sí.
“Da gracias que estás bien”, sí.
“No se puede pedir todo”, unos diez por semana.

Podemos ir a misa, cómo no,
dar las gracias. Damos la gracias,
pase lo que pase, damos las gracias,
aunque no parezca nuevo, damos las gracias,
aunque no nos haga ninguna gracia, damos las gracias.

Pero uno espera que, siendo el Creador,
podría seguir creando sin llevarse ni quitarnos.
Mi mamá no podía tanto gasto, porque la situación estaba como estaba;
le reclamábamos. “No parece nuevo, vieja,
se le nota que ya pasó frente al palco”.

Él podría hacer un universo para cada uno
o para cada momento de cada uno.
No digo manualmente, pero dejarlo seteado.
Un agujero en el tiempo para que el Día de Muertos
vuelva todo el que quiera.
Y otro agujero en el espacio para visitar
lo que hubiera sido, de haber hecho.

La vida es sedienta de algo que
con cada copa se enciende.
No nos dé a probar, Usted,
que todo lo puede.
.
© Luis Pescetti

© Luis Pescetti

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