(el comienzo de la respuesta)
Como todos los docentes, tuve que trabajar limitado por la escasez de recursos y por la estrechez de mentalidad. Cuando empecé a dar talleres para maestros sentí la necesidad de brindar elementos que a mí me hubiera gustado que me acercaran cuando era maestro frente al grado, cosas que fueran realmente útiles para la tarea cotidiana: ideas y herramientas adecuadas para nuestra realidad.
Para cada curso que iba a dar me preguntaban qué necesitaba, yo pedía una serie de condiciones pero en la mayoría de los viajes me encontraba con que tenía que trabajar aunque faltara algo. Nunca se dio que todos los integrantes del grupo supieran música, muy pocos establecimientos tenían instrumentos musicales o un buen equipo de sonido y así siguiendo. El punto máximo de la crisis que eso me fue produciendo se dio en un Seminario de Animación Sociocultural, en la Universidad de la Patagonia. De tres grupos numerosos sólo dos o tres personas sabían algo de música. Ahí decidí que debía dejar de esperar condiciones especiales, porque nadie podía elegir sus condiciones de trabajo. Lo mismo que me pasaba a mí al dar los cursos les pasaba a ellos en sus escuelas. Esa era la realidad con la que había que trabajar.
Por lo tanto la pregunta que debíamos responder era: ¿Qué puede enseñar, de música, alguien que no sabe música? O bien: ¿Hay alguna actividad musical que pueda realizar alguien sin la más mínima formación?
Dada la escasez de elementos y conocimientos se me ocurrió empezar con juegos de percusión corporal. Tomé cosas muy sencillas del método Orff, pensé algunas estructuras rítmicas simples y recopilé algunos juegos de campamento.
¿Qué podían saber de ritmo? ¿En qué lo tenemos incorporado de modo natural? Se me ocurrió que en las rimas, las rimas populares. Aprendimos varias y así del ritmo con el cuerpo pasamos al ritmo y la palabra.
Quien dice rimas, dice palmas que las acompañan; había que buscar juegos de palmas para acompañar las rimas que recitábamos. Cada uno fue contribuyendo con los que recordaba de su infancia o los que les enseñaban sus hijos y alumnos.
Habiendo rimas y palmas la idea de los juegos surge como consecuencia natural, por simple proximidad. Le pedí a una profesora de educación física que me enseñara juegos de campamentos. A los que yo rescataba de mi niñez agregué esos que Celina Robles me enseñó. Otro amigo dedicado a la recreación, Lucio Margulis, hacía un tiempo me había pedido mis canciones infantiles; lo llamé y le ofrecí canjeárselas por juegos y canciones de campamentos.
Así, poco a poco, de la misma ausencia de recursos fue surgiendo una solución. La imagen que me empezó a ayudar fue la de un juglar, esa persona que se valía de la música y otros recursos para animar y entretener a su público.
Encontramos que había muchas cosas que podíamos hacer, cosas que sabíamos aunque no sabíamos que sabíamos. Cosas que jamás se nos iban a ocurrir si seguíamos con la idea fija en “enseñar música” pero que, si poníamos el acento en “fomentar el gusto por la música”, “jugar con el mundo de los sonidos”, “compartir la música que nos gusta”, eran ideas muy buenas.
En torno la idea de animación y música fue creciendo un material de recursos muy sencillos en los que estaban incluídos aspectos rítmicos, melódicos, sonoros; que eran divertidos, por supuesto, y que podían enseñarse aún cuando no se supiera nada de música.
A ese manojo de recursos se me ocurrió ponerle un nombre: La bolsa del juglar. En ella cabían rimas, rondas, adivinanzas, trabalenguas, canciones, refranes, coplas, chistes, juegos de palmas, de animación, musicales, etc.
Entonces me di cuenta que habíamos llegado a un punto clave:
* Actividades que cualquiera podía enseñar y hacer.
* Que eran estímulos muy ricos.
* Que casi no precisaban de ningún recurso material en especial.
* Que se nutrían de cosas muy cercanas a todos: tradición oral,
juegos de padres y amigos, canciones de la infancia, música de la
radio. Todo eso era convertido en estímulo, información útil,
conocimiento valioso.
* Que contagiaban entusiasmo: provocaban risa, despertaban una
hermosa vitalidad. Todos se iban con ganas de enseñar a otros
aquello que estábamos viendo.
Así fue como esta propuesta lúdica y de animación surgió de responder a la realidad más cotidiana de escuelas y lugares de recreación en las que trabajaba aquella maravillosa gente de la Universidad de la Patagonia. Son actividades muy simples pero sumamente eficaces para estimular la imaginación y desarrollar el gusto por la música, aún en condiciones de escasos recursos humanos y materiales.
del libro: “Taller de animación musical y juegos” (Luis Pescetti , Libros del Rincón, SEP; Mx, 1996)
© Luis Pescetti