Boletí­n 26

 

No tendrían por qué

 

En la escuela no tendrían por qué enseñarnos a elegir entre dos cosas opuestas.
A elegir, por ejemplo: entre ser el jefe de un grupo, y que todos nos quieran.
A elegir entre que todos te admiren, y tener amigos que sean pares.
O entre ser el centro de la reunión, y que no se harten de nosotros.

La escuela no es la responsable de enseñarnos a elegir.
Tampoco cuando tenemos que elegir entre la libertad y la seguridad,
entre lo que nos hace sentir libres, y lo que nos hace sentir seguros.

Cuando tengamos que elegir entre lo que nos da abrigo y lo que nos da aventura
sea un lugar, sea un amigo,
un amor,
una persona, un país,
un contrato,
cuando tengamos que elegir entre lo que nos abriga y lo que nos hace aventureros,
cuando debamos escoger entre el riesgo y la tranquilidad,
no podemos reclamar que la escuela no nos enseñó.
La escuela está para enseñar otros asuntos.

Entonces, ustedes se preguntarán, ¿y quién está para enseñarnos a elegir?
No sólo ustedes se lo preguntan,
yo también, y mucha gente.
Mucha gente se pregunta quién está para enseñarnos a elegir.

Se lo pregunté a la escuela, que estaba cerrada,
apenas se abrió la mirilla de la puerta, una ventanita pequeña en mitad de la puerta,
asomaron unos ojos, debía ser la encargada, le hice la pregunta,
debo reconocer que no era horario escolar, la señora no tenía por qué atenderme;
debía ser su horario de descanso, no tenía por qué estar a disposición de cualquiera que pasar a tocar el timbre de la escuela, es más: debo haber interrumpido su telenovela, o el noticiero.
Le hice la pregunta, hizo un breve silencio, buscó con su mirada para ver si venía con alguien más, si habría una cámara oculta, por si era una broma, o una inspección escolar,
miró y cuando no vio a nadie, antes de cerrar la mirilla me preguntó:
¿Quién quiere aprender eso? Y se retiró.

Me dejó pensando. Pensando, pensando.
¿Quién quiere aprender a elegir?
Es verdad, ¿alguien quiere?
¿Yo quiero aprender a elegir?
¿Quiero elegir?
¿Quiero?
(pienso… silencio).
No.
No quiero.
Quiero todas las posibilidades abiertas.
No quiero tener que escoger una u otra.
No quiero que para tomar una cosa con la mano deba soltar lo que tenía.
No quiero renunciar, ¿está claro?
Quiero todo. Todo. Todo.
No quiero dejar nada. No quiero perder nada.
Quiero que todo venga conmigo y me acompañe a todas partes,
o me espere en la puerta. Y me espere hasta que yo diga,
hasta que yo quiera, en el freezer, que no se vaya, que no cambie.
Y que si yo cambio de idea también me espere, pero que no me espere
igual a cómo lo conocí, porque si cambio de idea querré otra cosa,
querré que cambie también,
entonces que no me espere igual.
Quiero que adivine. Quiero que adivine lo que voy a querer… y que cambie,
ni siquiera un poco antes, sino al mismo tiempo.

Quiero que todo me espere, que todo me aguarde y durar para siempre.
Quiero durar para siempre, ser inagotable y no ser agotador.
Quiero estar solo y estar acompañado, al mismo tiempo.
No sé cómo me las voy a arreglar; pero así lo quiero.

Sobre todo no quiero elegir.
Ni entre un camino u otro, ni entre nada.
Quiero todo. Todo.
El vacío también lo quiero,
por si quiero estar suelto o estar vacío.

Quiero pasar al nuevo amor,
pero no quiero dejar de vivir el viejo amor,
ni el anterior, ni el otro tampoco.
Quiero una casa y quiero poder dejarla, pero quiero que esté para mí cuando regrese.
Igual que este amor, y que el viejo amor.
Quiero que todo me espere, pero que no me espere,
para que no me pese.

Quiero ir a la Luna, pero con los pies bien en la tierra.
no quiero ser un volado, quiero tener libertad… y volar.
Pero no quiero ser raro, quiero ser uno más,
pero no quiero ser un hombre masa. No quiero ser sólo un hombre,
me gustaría ser muchísimos hombres, y vivir muchas vidas;
pero no de una en una. Al mismo tiempo.
Sin abrumarme.

La escuela no está para enseñar estos asuntos, mejor que ni se meta.
Seguro que en la escuela dirían: “Para elegir hay que renunciar”.
No.
“Elegir es tomar un camino y, para ir por uno, hay que renunciar a los otros”.
¡No!
Seguro que la escuela sostendría esas premisas.
Que la escuela enseñe a leer, un poco de historia, no te digo, matemáticas, bueno,
y a respetar. La escuela tiene que enseñar a respetar,
porque yo quiero que me respeten,
y no quiero tener que enseñarles a todos.
Mejor que vayan a la escuela y aprendan,
que para eso está.

Quiero espacio, mucho espacio, y tiempo libre;
pero no quiero que me dejen solo.
No me gusta sentirme solo.
Si los llamo vengan enseguida,
pero no se queden oyendo lo que digo.
No espíen. Cuídenme sin espiarme.
Y no me estén encima.
Me revienta que estén encima mío,
o que se borren.
No encontrarlos,
me revienta no saber dónde están,
tener que rastrearlos, no saber dónde están.
Eso quiero.

Tenía razón la portera.
Si la escuela enseñara a elegir nadie iría,
yo no iría, quedarían vacías las aulas
y ella perdería su trabajo.

Luis

© Luis Pescetti

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