Boletines 24 y 25

 

Teorías y decisiones

 

La mamá dijo:
– ¡¿No querés que le escribamos a la cigüeña?!
– ¡Sí! ¡Buenísima idea! ¡Hagámoslo! (el papá)
– ¿Y qué le ponemos? (mamá, ojos iluminados le toma las manos al marido)
Papá ojos iluminados, hace gesto como si escribiera:
– “Todavía no”.

¿Cómo era antes de que yo naciera?
¿Yo era un angelito igual a mí que esperaba que mis papás se decidieran de una buena vez?

¿Yo tenía ganas de nacer?
No me acuerdo de eso.
No me acuerdo si estaba aburrido y quería nacer, por ejemplo;
o si veía la escuela, me daba cuenta que iba a tener que ir y no quería nacer.

¿Por qué quise nacer?
Ni me acuerdo de eso.
Lo que pasa es que a lo mejor no fue que yo quise nacer.
Me quisieron nacer mis papás, por decirlo de alguna manera.

¿Yo podría haber elegido a otros papás?
¿Y si hubiera elegido a otros papás sería yo mismo igualito o sería otro hijo?
A lo mejor ni me reconocería si fuera otro hijo.
Mirá si un día viene uno y me dice:
– Hola, resulta que yo iba a ser hijo de estos papás, pero elegí a otros y no me resultaron, así que mejor decidí volver con los que iban a ser mis papás, ¿te podés correr?

Yo, de chico, fantaseaba que iba por la calle, caminando, venían unos señores importantes y me anunciaban con mucho cuidado y formalidad, que yo era hijo de Palito Ortega. ¡De Palito Ortega! Él era un cantante muy popular en ese entonces, era como pasar a ser hijo de un Elvis Presley de por acá: mucha fama, mucho mucho dinero.
Entonces me imaginaba que iba y les decía a mis papás que se había descubierto que yo era hijo de Palito Ortega, que los quería saludar, agradecerles y me tenía que ir con él.
Pero mis papás no eran zonzos, y me respondían que habían descubierto que ellos también eran hijos de Palito Ortega. Todos querían ser hijos de Palito Ortega.
¡No vale! ¡No puede ser! ¿No ven que hasta recién ustedes eran mis padres? ¡No pueden pasar a ser mis hermanos, de golpe!
Pero Palito Ortega era tan rico y tan famoso entonces, era la imagen perfecta de la felicidad, además cantaba una canción que se llamaba: La felicidad y en una parte de la letra decía: Ha ha ha haaa… No me acuerdo mucho, pero esa parte sí, y después seguía: Es sentir amor, oh oh oh oooh…
Seguro que si era hijo de Palito Ortega no tenía que ir más a la escuela. Iba a ser muy feliz iz iz iz iiiiiz… e iba a crecer rodeado de amor oh ohoh ohhhhh…

Mirá si yo me caía en casa de Palito Ortega con mis papás y mi hermano:
– Hola, Palito, se descubrió que soy hijo tuyo por error… quiero decir, que hubo un error y no crecí con vos, pero soy hijo tuyo; y mi familia por error, o sea: los que sin querer fueron mi… no es que no me quisieran, pero que les tocó ser mi familia sin comerla ni beberla, ahora quieren comerla y beberla con vos también, y ésta es mi mamá de antes, y éste es mi papá y mi hermano de antes, y todos quieren ser hijos tuyos, como yo, por error.

Pasaba tardes y tardes imaginándome eso, mientras caminaba por las veredas de mi pueblo.
Luego llegaba a casa.
Me saludaba mi mamá.
Me preguntaba:
– ¿Querés tomar la leche?
Yo asentía con la cabeza. Me quedaba viendo cómo la preparaba, en silencio ella y mirándola yo. Hay que recordar que unos instantes previos yo venía de ser hijo de Palito Ortega, y ahora estaba viéndola en su cocina prepararme la merienda.
Cuando venía de pasar una tarde entera en la pileta, en el club, que regresaba con las manos arrugadas de tanto haber estado en el agua, mi madre me preparaba unos sándwiches enormes con mayonesa y tomate fresco. Pan grande, mucha mayonesa y mucho tomate fresco. Eran deliciosos.
Me los servía y yo los comía saboreándolos.
Qué ricos esos sándwiches, y esas meriendas.
Qué ricos.
Eran tan ricos que cuando terminaba la merienda… es más, que ni siquiera acababa de terminarla que otra vez caía en una ensoñación y me veía en casa de Palito Ortega, con el sándwich de mayonesa y tomate en la mano explicándole que no podía ser su hijo, que no lo tomara a mal.

Cómo son las cosas.
Ese momento de la merienda y esos sándwiches de mayonesa y tomate estaban tan buenos que yo me imaginaba que tenía que consolar a Palito Ortega de que no iba a ser su hijo.

¿A ustedes qué les gustaría más? ¿Haber estado en la panza de sus mamás o en el pico de una cigüeña?
Yo, por ejemplo, si me imagino en el vientre de mi madre me da un poco de asfixia, de claustrofobia, me parece que tengo que asomar la cabeza para respirar, me viene que me ahogo.
Pero si me imagino en el pico de una cigüeña, volando… me da un susto que ni les cuento.
Me dan un poco de miedo los aviones hoy día, así que imagínense.
A veces en pleno vuelo hay turbulencias. El avión vuela tranquilo y de repente se sacude. A veces se sacude un poco, pero alguna vez se sacude mucho. De todas las veces que volé sólo me pasó dos veces. Se sacudió horriblemente. Tres veces. Me acabo de acordar de otra. No es tanto, porque volé cientos de veces; pero fueron tres veces que me asusté mucho.

Son corrientes de aire o zonas de aire con distinta temperatura, entonces, como el avión flota en el aire, se agarra del aire, es como ir por un camino con pozos. Se sacude
¿Te imaginás cruzando el océano en un pañal que cuelga del pico de la cigüeña y que te agarre una turbulencia?
Ahí estaría mejor haber elegido ser hijo de unos papás franceses, para no tener que volar tanto. Si te da miedo volar, si no no. Pero si te da miedo volar: ¿tener que cruzar el océano? Te la regalo.
¿Y si la cigüeña bosteza? O pasa otra y le grita un saludo y ella le responde… se te suelta el pañal y te vas al carámbano.

Cómo son las cosas. Así y todo a mí me gusta más la idea de colgar del pico de una cigüeña. Supongo que por el espacio abierto, ver todo desde arriba, volar.
No es que esté mal, mal, la panza en sí; pero es un poco más cerrado, la verdad.

Además la idea de la cigüeña es más neutra. Si me tocaba ser hijo de Palito Ortega tenían que meterme en la panza de Evangelina Salazar, que era la esposa… es un poco fuerte la escena, piensen un poco. Me da vergüenza con ella, con Palito Ortega. El vientre es algo muy íntimo. Si uno cierra la puerta hasta par ir al baño… meterse en la panza de alguien es peor todavía, es más intimidad. Agarrás una revista, avisás que vas al baño, trabás la puerta y hacés caca tranquilo, recién ahí, y mejor si no hay nadie que pasa cerca. Si hay gente que pasa cerca uno no se relaja igual, a lo mejor hasta no podés hacer caca porque te da un poco de vergüenza, o mucha, que te oigan… lo que sea. Si eso ocurre con ir al baño, ¿te imaginás con meterte en el vientre de la esposa de alguien? Por más que sea tu papá, ¡O por eso mismo peor todavía!
Es un poco invasor. Decí que sos bebé, que uno es tan chiquito que no te das cuenta de nada, no te acordás nada, sino es como para que se arme un flor de escándalo.
– Hola, vengo a meterme en la panza de su esposa porque va a ser mi mamá.
El tipo te mira, por lo menos, con una cara, te mira, raro.

Por eso a mí me parece más neutra la imagen de la cigüeña. No es más poética, pero tiene más aventura. Es volar, hay riesgo. Empezás la vida con un viaje, conociendo mundo. Tenés cosas para contar cuando llegás.
En vez con la teoría del vientre de la madre es como salir de un frasco. Aparecés y tenés que preguntar todo, porque estuviste metido en un frasco, no te enteraste de nada.

Si se pudiera elegir yo escojo la cigüeña. La cigüeña y los sándwiches de tomate y mayonesa y, en todo caso, ser sobrino de Palito Ortega. Esa también es una posibilidad.

Luis.

© Luis Pescetti

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