Caminos personales del humor

Luis leyendoTres propuestas sobre el humor (3)
  Este último texto "está desarrollado de una manera necesariamente auto referencial ya que trata del humor desde mi perspectiva como autor. Ésta es indisoluble de experiencias personales, en las que traté de indagar de manera general, para dar cuenta de cómo podría nacer el deseo de escribir humor…". (Luis María Pescetti) 

  Hubo una chica que me gustó desde los 7 a los 17 años (míos). Fue tan fiel mi amor, y mi vergüenza si se enteraba, como su desdén.

En la infancia hay emociones que se muestran descarnadamente y otras que se ocultan. Yo a lo más que llegué fue a comentárselo a una amiga suya quien, muy sucintamente me confirmó que ella no gustaba de mí. Era su portavoz autorizada. A pesar de eso, y por eso mismo, seguí enamorado e intenté con la telepatía. Me moría de vergüenza de sólo pensar en quedar expuesto a un rechazo.

Visitando escuelas he observado que hoy los chicos siguen usando el método del intermediario, esa cadena que aporta discreción, diluye el impacto de un "no"; pero también que no todos tienen empacho en reconocer sus amores. Cierta vez pregunté si se escribían cartitas de amor (niños de 10 años). Exclamaron un: "¡Uh, sí!": muchos lo hacían. "A mí me escriben un montón" y otro: "¡Yo le escribo a ella!" (mientras ella reconocía que sí, con su mirada sonriente). Una mezcla olímpica de ingenuidad y desparpajo.

Me habría encantado tener el diez por ciento de esa liviandad en mi infancia. La idea de un rechazo, quedar en ridículo al exponer los sentimientos, eran insoportables; no podía dar un paso que me descubriera e intentaba que fuera ella la que se acercara a mí: ¿cómo? con la telepatía. Básicamente consistía en desear intensamente que se fascinara conmigo. Ocurrió la misma cantidad de veces que logré doblar una cucharita con mi mente.

La otra manera de provocar su acercamiento era llamar la atención, no su atención en especial (ahí otra vez corría peligro de quedar descubierto), sino la atención en general, ella incluida. Ahí entra el humor: decía o hacía cosas chistosas para llamar su atención. Con lo cual, hoy lo sé, a lo sumo podría haber llegado a ser su comediante favorito pero no el chico de sus sueños.

La suma de lo que ella me gustaba, más lo que yo no le gustaba, más mi timidez, mis limitaciones y mis habilidades dio como resultado que esa relación propulsara el desarrollo de mi imaginación. Soñaba que realizaba proezas increíbles que la deslumbrarían.

Imaginaba hacer algo realmente sorprendente. Nunca recuerdo que fueran proezas culturales o intelectuales, eran físicas: saltos, peleas, ganaba torneos mundiales… con la imaginación (que es lo que precisa menos horas de entrenamiento), en fin: era la atracción mundial. Ante tamaño llamado de atención ella no podía menos que voltear la cabeza, exclamar: "¡Oh, pero si siempre estuvo a mi lado esta maravilla!" y lanzarse sobre mí (lo de lanzarse lo escribo hoy; digamos que caminar a paso lento, pero sonriendo y conquistada).

¿Y todo eso por qué? ¿Por qué me abalanzaba a las lides mundiales? ¿Por qué me había vuelto un campeón de tenis, de fútbol, una estrella olímpica?: por no hacer dos pasos hasta ella en un recreo y jugar mi suerte. Sanseacabó. Pero sannoseacaba nada.

Si me hubiera atrevido a hablarle, o si ella se hubiera acercado, yo no habría hecho ninguna de esas conquistas mundiales, no habría salido de mi pueblo. De hecho no hice ninguna de esas conquistas, salí de mi pueblo por otras razones, y ella no se acercó.

Pero es probable que esa mezcla de timidez, frustración y ambición (debo reconocerlo, porque era la más linda) potenciara mi imaginación.

Si me hubiera ido tan sólo un poco mejor en los deportes o con ella tal vez este escrito fuera mucho más corto. ¿Qué hubiera sido mejor? ¿Ser correspondido en ese amor y profesionalmente otra cosa? ¿Aquel amor o esta vocación?
Esa pregunta ni tiene lugar. Apenas trato de describir todos los hilos que encuentro. Es decir: si bajo a la sala de máquinas, si dejo la parte elegante del barco y desciendo, encuentro a estos personajes, todavía peleándose, enamorándose, diciéndome que sí o que no, compitiendo, buscando venganza, huyendo, riéndose. Todos ellos soy, son, y si fueron se hicieron mi materia y hoy son el motivo y la herramienta de mi mente cuando hago una línea de humor. Sigo buscando conquistarla y es una manera demasiado lírica o exageradamente autocompasiva de expresarlo, pero la verdad es que sigo buscando conquistarla.

Los chistes y ser gracioso eran mis herramientas a falta de otras o sobra de esas.

Sin embargo podría decirse que me dediqué al humor porque me tomaba demasiado en serio. Si hubiera vivido las mismas experiencias con más ligereza, con espíritu lúdico, tal vez no es que hubiera sido menos humorista, sólo me pregunto si lo hubiera sido menos profesionalmente. Cuando no pude aplicar un espíritu ligero y lúdico a mi vida, lo apliqué al relato de mi vida. Si las experiencias me abrumaban, aprendí a defenderme contándolas, y al relatarlas tomar distancia, reflexionar en el mismo acto de la escritura, reírme y hacer reír, entonces quedar menos sujeto no a cómo había sido la experiencia, pero sí a cómo había impactado en mí.

Soy once años menor que mi hermano. Una vez organizó un baile con sus amigos adolescentes, en el patio de casa. Yo debía tener seis años y él diecisiete.

Me ligué una buena mandada al diablo, su enojo y "que me dejara de molestar" porque me reí al verlo bailar. Creo que no sólo me reí, sino que imité sus sacudidas que me habrían parecido torpes. No digo que lo fueran, pero llenos de tantas vergüenzas como estábamos, sin hablar nunca de "eso" (el amor, el cuerpo, el baile, el placer), y de repente verlo bailar con una chica, me causó gracia. Además yo estaba en una edad en que mi preocupación era si realmente me iba a tener que casar con una mujer o acaso no podría casarme con mis amigos y entonces que viviéramos juntos, sencillamente porque eran mis amigos, y de lo que más tenía ganas era de estar todo el tiempo jugando con ellos. El caso es que me reí, verlo bailar me causó gracia.

Eso es una de las bases de la comedia: advertir algo incongruente o que tiene un aspecto ridículo. La otra base de la comedia es el sentido de la oportunidad: si hubiera hecho la imitación en la intimidad familiar probablemente hubiera sido un éxito. Más todavía si esa chica le hubiera gustado a mi hermano y ella no lo hubiera correspondido. Recordarle que había saltado como un mono para conquistarla nos hubiera hecho reír a los dos, por la desproporción entre lo que hizo y cómo le fue, hubiéramos reído y lo habría ayudado a aliviar su pena. Si esa hubiera sido la situación, y yo hubiera tenido sentido de oportunidad, pero me faltó: hice la imitación delante de él, y peor aún: de ella, entonces me ligué un muy merecido: Dejatede&%$%$%&$… Muy muy merecido.

Parte del don de la comedia es el sentido de la oportunidad. Se relaciona con el timing, aunque éste tiene que ver con el sentido del ritmo (no se lo suele usar para el ritmo musical, sino para el ritmo de un discurso); pero también con percibir si es oportuno intervenir.

Hace poco fuimos con un amigo a comprar una escalera, la ferretería quedaba cerca como para ir a pie. Regresamos con ella al hombro. Al pasar frente a una obra en construcción, vi a un obrero sentado frente al andamio y, sin detenerme, pregunté:

—Muchacho, ¿la escalera se las dejamos acá?

Tuvo un segundo de sorpresa y luego sonrió por la broma. Nosotros seguimos y eso apenas fue como un saludo, algo que lo sacaba de su rutina. Una cuadra después vimos que había un policía en una esquina. Le comenté a mi amigo:

—Ahora le pregunto: Disculpe, ¿no sabe de la casa de algún vecino que se haya ido de vacaciones?

El chiste hubiera sido mejor todavía, pero estuvo mucho mejor no hacerlo.

Se suele asociar ausencia de responsabilidad con libertad, así se cae en el equívoco de afirmar que la niñez es una etapa de gran libertad. Infancia, locura y libertad, están ligados (como verdad y borrachera).

Es verdad que en la niñez uno tiene menos responsabilidades encima; pero esa ausencia de responsabilidades está asociada a que muchas decisiones están depositadas en otras personas. Estar libre de la obligación de tomar decisiones no es libertad. Que decisiones sobre nuestra vida estén depositadas en otras personas no lo es. Si uno se siente libre de responsabilidades conviene que repase si además no lo "dejaron libre de poder", es decir: sin poder.

En la infancia tenemos muchas menos responsabilidades, menos poder de decisión y menos autonomía; y todo eso junto provoca un estado que es lo contrario de la libertad. Se habla de libertad en la infancia porque se idealiza esa etapa, es un momento de ausencia de responsabilidades y de ciertos controles sociales (cosas que decimos, aceptar o rechazar algo); pero fuera de eso: no hay autonomía, ni poder de decisión. Horarios, actividades y una gran cantidad de decisiones sobre dónde se está, qué se hace, etcétera, están pautadas por los adultos.

En síntesis: los niños están sujetos al poder de los adultos, no tienen el poder: son la oposición (una oposición que por varios años no ganará las elecciones, por así decirlo); por lo tanto sus herramientas son las de cualquier "resistencia". Es tan enorme la presencia de la autoridad en la infancia que en la misma proporción es valorado y necesario el humor pues éste es, entre otras cosas, un disparo a la autoridad. Basta que haya un principio, una regla, para que surja la posibilidad de un chiste que lo burla.

Sin embargo, si recuerdo mi propia infancia, agrego otro ingrediente. Quería llamar la atención como casi todos los niños; pero agradar, obtener reconocimiento era vital para mí, y no dejó de serlo.

Crecí en un medio de cierta severidad, no tanto familiar, como sí social. Me tocó vivir una variante de la cultura del inmigrante piamontés que es desconfiada, severa, árida; raramente reparte elogios. Nací y crecí ávido de reconocimiento y sin las herramientas que a ese modelo de piamontés, que existía en la realidad o que construí en mi cabeza, lo complacían.

Mi relación con ese poder no estuvo marcada por la resistencia o los intentos de independencia que puede tener una colonia con el imperio. Buscaba la asimilación, la aceptación. Y eso lo intentaba queriendo causar gracia, ser gracioso.
Por alguna razón no podía incluirme, o pelear mi lugar, como un par, pero podía hacer reír.

Hacer reír me hacía sentir aceptado. Risa, aplauso, reconocimiento quedaron asociados.

Ahí hay otro componente, ya no sólo es la lucha contra la autoridad, desacartonar la severidad, sino ser premiado con la risa y el reconocimiento.

Esa carencia me acompañó siempre, los aplausos y las risas buscaban tapar ese pozo. Siempre lo logran, y nunca es suficiente. Regreso por más, y vuelve a ser insaciable, aunque durante un milagroso momento se completa y aquél niño que fui, encuentra en la escena, compañeros de juego.

No logro recordar con qué hacía reír. Entre mis pares supongo que con chistes y ocurrencias. Pero, ¿y a los adultos? no recuerdo.

Verlos reír era un alivio, si reían era que no estaban tristes. Verlos sonreír era verlos curados de la preocupación y la tristeza.
Si había caras graves estábamos mal, algo estaba mal. De un complicado mecanismo que escapaba a mi comprensión captaba el resultado: algo estaba mal.

Es probable, también como muchos niños, que relacionara ese malestar conmigo. Con esa visión típicamente egocéntrica de la infancia uno suele atribuirse glorias y fracasos: si estaban enojados, si había caras largas debía ser "porque me había portado mal" o "no era suficientemente bueno, querido"; pero eso lo deduzco más que recordarlo. No lo puedo afirmar.

Esto es otro componente: si se reían era que estábamos bien, que las cosas iban bien. Si estaban contentos era que ellos estaban bien, que estábamos bien.

Verlos contentos, era saberlos felices. Ponerlos contentos era hacerlos felices. Entonces no era solamente que quisiera agradar; "ser de su agrado" o "hacer cosas de su agrado" era contentarlos, ya no sólo para recibir el premio del reconocimiento, sino para verlos felices. Eso era un alivio, su felicidad era mi descanso. Contentos es una palabra clave. Contentos con ellos, contentos conmigo. Su felicidad quedó asociada a satisfacción conmigo. Su malestar a algo en mí que era insuficiente; algo vago, extenso, intraducible. No estaban contentos conmigo, o no lo expresaban lo suficiente, o yo necesitaba aún más.

Escribir humor, actuar y hacer reír tienen, para mí, aquella antigua y familiar base: la severidad, el pesar, la necesidad de aprobación y reconocimiento.

Si oigo risas o sé que se ríen al leer, hoy mismo, me produce el mismo viejo placer: una combinación de alivio y satisfacción de saber que están bien. La risa está asociada a la felicidad. Están contentos quiere decir que están sanos, que no hay peligros.

Peligro es otra palabra clave. Nunca fui, físicamente arriesgado sino más bien temeroso. Si hacía reír a uno más grande ése no me iba a pegar, no al menos mientras se riera. Los leones no se comen un cine, al menos no mientras dura la película.
Entonces encuentro que, en mí, la risa tiene varias fuentes: alejar pesares, agradar, recibir reconocimiento y afecto; a la vez cumplir con la fantasía infantil de la proeza y la telepatía: un gran acto público que llama la atención.

Ahora bien, procurando ese reconocimiento uno puede meter la pata y pisar. En mi adolescencia alguna vez me descubrí burlándome de uno más débil para ganarme el aplauso del grupo. Cuando me di cuenta del mecanismo dejé de hacerlo, avergonzado conmigo mismo. Pero vale señalar que el poderoso que se burla de la debilidad o carencia de otro también forma parte del humor y del humor en la infancia.

Por eso me niego a decir que el humor es bueno en sí. Es una generalización insostenible.

Últimamente, cuando me hacen un reportaje, y me preguntan "qué opino sobre tal o cual aspecto de los niños" o "de los niños hoy en día", aclaro que no podemos hablar de "un niño", porque no hay uno solo. Por lo menos hay niños de zonas urbanas y de zonas rurales; niños de zonas marginales y otros de zonas medias o acomodadas.

Igual ocurre con el humor: no podemos afirmar "que hay un solo humor", o que "el humor es bueno". Hay muy diferentes tipos de humor, y algunos de ellos dan asco. Resumamos diciendo que no hay un solo tipo de humor, y que el humor no es bueno en sí ni es algo independiente de la inteligencia, la delicadeza o la sensibilidad o la intención de quien lo ejerce.
Hay un poder, un principio de autoridad o una autoridad, y uno puede intentar ser aceptado por ella, que es lo que contaba antes, o combatirla, o incluso asociarse a ese poder y ejercerlo y las tres cosas se pueden intentar con humor.

Uno traza una línea y dice: no me interesa un humor sólo basado en la inteligencia, en la mordacidad, en la respuesta ingeniosa y rápida, pero desligado de la sensibilidad. No me interesa el humor dentro de una relación competitiva, el que destruye al otro. Es un humor que se ve mucho en televisión con cámaras ocultas o programas donde reporteros asaltan desacralizadoramente a un entrevistado. No es una relación equitativa, no hay reciprocidad.

De un lado tenemos a un tipo con una cámara y un micrófono, y que luego editará la nota, del otro lado alguien que inevitablemente responderá a la defensiva, entre otras cosas, porque el otro dispone de esa ventana pública y es quien decide el discurso. No es equitativa la relación de fuerzas en ese discurso. Humor de gato y ratón. Relación perversa.
Prefiero cuando el humor se da en una relación igualitaria, y permite reciprocidad. Humor en una relación simétrica es una buena fórmula (a menos que enfrente se tenga a alguien más poderoso y el humor sea una manera de desarmarlo, es decir: un humor que desafía y reacciona enfrentando al poderoso o a la institución poderosa).

¿Por qué hago un chiste? Por placer, el placer de la risa, pero como un placer compartido, entonces es jugar. Juego con el otro, y lo hago a través de un chiste. Hay quienes lo hacen para ubicarse y controlar una situación o un territorio: hacen un chiste para vencer, entonces también podríamos decir que compiten, luchan, y lo hacen a través de un chiste. En ese caso el chiste es sólo una herramienta, la sustancia del acto no es el juego humorístico, sino la confrontación, y el medio es el humor.

Una amiga me invitó a comer ravioles, llamé avisando que me demoraba, y finalmente llegué casi dos horas tarde. Aún así los ravioles no estaban blandos (a punto). Se suponía que yo me disculpara por mi impuntualidad, en cambio lo que hice fue atacar a los ravioles (con los que sentía que ella me atacaba). Yo había llegado tarde, sí, ¡pero ella no podía considerar que esa cena era esperar a alguien!

Esos chistes que sólo se pueden hacer en un ámbito de confianza rompen estereotipos de conducta social, establecen un momento de verdad y de familiaridad. Aún cuando se es descortés, se lo es por un valor más alto: ser sincero, no poner distancias, no guardarme un comentario que luego hecho en otra parte o pensado a solas, deja a mi anfitriona afuera de mi círculo íntimo. Sus ravioles también lo hacían, es verdad, pero al criticarlos, los separaba de ella, no eran la misma cosa. De no ser sincero ella hubiera quedado pegada a esos ravioles, de por sí, ya muy pegados entre ellos.

La intuición mide velozmente el riesgo de lanzar un chiste. ¿Cómo saber si vamos a herir o a dar un abrazo? la primer respuesta es muy sencilla, y es que buena parte radica en la propia intención, y eso uno mismo lo sabe. Si uno está enojado el mismo chiste puede ser un arma, y si uno quiere bien a la persona, ese chiste puede ser un acercamiento. Pero más allá de eso no siento que pueda resumirse todo lo que hace que uno "sepa" que puede tomar ese riesgo. Siempre hay una cuota de riesgo: medir bien la confianza y el avance que se hace al hacer la broma.

¿Qué me ha dejado el humor? La posibilidad de señalar cosas sin ofender. Tengo la impresión de que, habiendo la posibilidad, si uno no lo hace con humor el riesgo es "actuar" el enojo. Cuando uno hace un chiste está haciendo un paso al costado, toma distancia, no queda preso, sujeto a su emoción, crea un espacio de disidencia y encuentro, y puede decirle al otro: "Eres un completo e inservible idiota".

También poder exagerar con un guiño que da a entender: "Sí, ya sé que exagero" (o soy infantil, demandante, impaciente). Es probable que eso sea así porque cuando uno hace un chiste, o emite un juicio con humor, intenta conquistar al otro.
Nadie que hace un chiste espera que quien lo oye permanezca impasible o lo considere bobo. El que hace una humorada (que no toma al otro como víctima, es claro), busca agradar, el consenso, pero además la sonrisa del otro. Si no lo logra queda "pagando" (expuesto), jugó una carta y le salió mal. Pero, en cualquier caso, quiso ganarse la simpatía o, por lo menos, la sonrisa del otro. No es lo mismo que haber emitido un argumento y que lo rebatan. Cuando uno hace un chiste propone y espera algo más. Con una argumentación uno expone una idea, con un chiste uno se expone de manera más personal.

El humor también me ha permitido contar un pesar por enésima vez, como si al contarlo el otro y yo, que lo relataba, fuéramos testigos de "ése" que padecía. El que cuenta un chiste sobre sí mismo se desdobla. Tal vez siempre que uno hace un relato se desdobla, y puede tomar distancia de sí mismo. Al hacerlo con humor le agrega eso que decía Italo Calvino (1): levedad. Por una parte resta pesadez al relato, y por la otra dice, con el mismo discurso, que no es tan grave.

Es bueno aclarar que esto último no siempre se puede, y lo que es más importante: no siempre se debe. Alguien que sólo pueda contar un problema con chistes puede ser patético. A veces cabe el silencio, la nota compasiva y hasta grave. Entonces el buen humorista sabe correrse. Pero como también debe saber correrse el narrador excesivamente lírico, o aquél que exagera con su pathos, su carga de dramatismo. Es un eterno juego de equilibrio y sentido de la oportunidad.

El humor también me ha permitido, lo he visto en los shows, contar experiencias en las que se reconocen padres y niños, como familia, o individualmente. A veces los niños son pesados, a veces lo son los padres. De repente una canción canta una experiencia en la que nos reconocemos. ¡Qué alivio encontrarle palabras! Tenerla ahí enfrente, actuada por un momento. Para eso sirve la ficción, dijo en una conferencia un director de televisión canadiense: para vernos a nosotros mismos, de una manera en la que solos no podemos hacerlo. Nos ayuda encontrarnos en un relato, así como hacer un relato a otro.

Pero, ¿qué más me ha dejado el humor? Me ha permitido seducir, reparar un error, defenderme, atacar, hacer amigos y enfrentar enemigos. Flotar; algunas veces volar, pero por lo menos flotar. No hundirme, y hundir. Relatar el dolor sin que duela. Desenmascarar taras propias y ajenas. Hacer catarsis; pero también hacer un carnaval.

Supongo que, en la primera infancia, uno espera el reflejo de la alegría en los demás por nuestra sola presencia, como si dijéramos: "¡Ey! ¡Tienen que estar muy felices, yo llegué! No quiero ver caras largas, ni enojos. ¡Estamos de fiesta!" ¿Por qué? sencillamente porque llegamos, porque estamos nosotros. Algo de esa celebración tiene ese carnaval propio. Pero tampoco fue sólo el carnaval de un niño llamando la atención de los adultos, un pedido de alegría, o una celebración "contra" lo que no celebra. También ha sido y es celebración en sí misma, alegría en sí, y felicidad y energía que se expresan. El placer del sentido, de la inteligencia. El placer.

Buenos Aires, martes 15 de marzo de 2005

Posdata

El escrito podría haber terminado ahí, sin embargo surgieron puntos nuevos. Cuando decía: "Buscaba la asimilación, la aceptación… no podía incluirme, o pelear mi lugar como un par, pero podía hacer reír" está clara la connotación negativa que eso tuvo para mí estos años; hay un reproche implícito: "debería haber desafiado a esa autoridad, debería haber afirmado un espacio propio y no buscar la asimilación". Ese juicio está equivocado. Primero por una razón quizás demasiado obvia: no se le puede pedir a un niño de seis u ocho años que desafíe a su entorno. Es una tarea titánica y delicada hasta el enloquecimiento: diferenciarte de aquellos con quienes debes identificarte. Luego porque suponer que "la autoridad está depositada en un solo centro" es una simplificación y un error de análisis muy común. Implica una personificación de la autoridad, la representa como un bloque homogéneo, le atribuye una voz unívoca y desconoce que eso que nos afecta como autoridad también está compuesto por facciones, redes de relaciones (en las que incluso podemos participar), una estructura sumamente compleja que incluye la cultura, la economía, las relaciones con otras estructuras.

Pero aquel juicio también esconde una generalización: "Esa autoridad era siempre ilegítima y siempre mala", eso tampoco era así y es lo que vuelve más complejo el proceso y su análisis. Esos rasgos culturales de severidad y autoritarismo no flotaban en el aire como un mal abstracto, estaban encarnados en personas a veces de legítima autoridad y no siempre severas, muchas veces muy afectuosas, y de un amor y nobleza inquebrantables. Diferenciarse implicaba no sólo quedarse sin modelo, sino "ver (reconocer) algo malo" en alguien a quien amaba. Ser crítico con alguien a quien quería fue vivido, durante muchos años, como ser traidor. Sólo en la vida adulta (y no siempre, y no completamente) se tienen las robustas y finas herramientas conceptuales y emocionales que permiten seguir amando aún cuando haya aspectos que no elegimos. Identificarnos, pero no necesariamente con todo. Reconocer que, a veces, nosotros mismos reproducimos esas estructuras que rechazamos. Enojarnos y que ese enojo no sea "destruir" a quien queremos, sino un enojo parcial, parcial y hasta pasajero. En la infancia querer es querer todo, odiar es odiar todo, no querer es no querer nunca más. En ese sentido el humor puede ser muy importante al permitir relativizar las emociones, tomar distancia de un punto de vista, ayudar a vernos a nosotros mismos "tomados" por una reacción visceral y sonreír. Ayuda a construir adhesiones sin martirios y a ver grietas sin derrumbes.

En la niñez tenemos la sensibilidad que luego nos acompañará toda la vida, pero aún no las herramientas que nos permiten interpretar lo que percibimos, eso es fuente de gran sufrimiento y confusión muchas veces.

Apareció algo más al releer el escrito anterior, y es una relación con el poder que se mide sólo en términos de tenerlo o no tenerlo, y en que la vía de obtención es la confrontación. El planteo en esos términos extremos me saltó como rasgos de una concepción machista: "hay que tener el poder, y para ello hay que luchar por él". Es decir esa visión cabe mejor en una concepción machista de relación con el poder. Descubrí que eso se me había colado: hacía una lectura crítica de mi historia que en el fondo "compraba" una visión machista, "reprochándome" a mí mismo no haber sido más frontal. Cuando lo advertí pude correrme de ese lugar.

La verdad es que uno no siempre quiere el poder, no siempre es bueno quererlo sólo para uno (hay relaciones que son mejores en asociación no en competencia), con el poder se puede confrontar, pero también se puede cooperar y eso depende de muchas variables: de qué tipo de poder se trate, de qué tipo de relación estemos, de la legitimidad de ese poder, de nuestras fuerzas, de una estrategia circunstancial. Hay momentos en que enfrentarse a un poder es ofrecerse como mártir.

Al concebir todas estas posibilidades desapareció la visión de un niño como un bufón que entretenía a un rey. Ya dijimos antes que no había tal "rey", pero además elegir el camino del humor bien pudo haber sido, con las pocas y únicas herramientas de esa edad, una estrategia para sobrevivir sin convertirse en lo otro. No me plantaba delante de la autoridad y la enfrentaba, pero tampoco me convertía en ella. Evitar el castigo no es igual a asimilación, como parece que afirmé antes.

Asimilarse se parece más a convertirse en el otro y adoptar sus conductas. Que buscara congraciarme no quiere decir que buscaba "ser uno de ellos y hacer lo mismo". No era el caso, sólo buscaba evitar el castigo y el aislamiento. El humor ayudó a ello, y no es poca cosa. Ayudó a construir una identidad alternativa, es decir: a construir un camino alternativo al del desafío frontal.

Me di cuenta de que había asumido acríticamente valores con los que no concuerdo: el desafío, la confrontación física. Preferir el juego a la pelea no es cobardía y sólo desde una óptica machista se lo puede juzgar como tal. Elegir los chistes y el humor como una manera de obtener reconocimiento, y no la proeza física, fue tomar un camino propio. No pude evitar reprocharme, de todos modos, "que debería haber optado por el otro".

En séptimo grado gané un concurso de redacción, pusieron mi nombre en una pizarra en el patio, y junto a él el escrito con el que gané. Eso me valió burlas como "traga (2)" y muy poca valoración entre compañeros y compañeras; antes bien: me hundió unos escalones. Hubiera estado mucho mejor haber sobresalido en las olimpíadas (para colmo de peores la única vez que fui el que sobresalió en "salto en alto" parece que fue porque, involuntariamente, el profesor impidió que la barra cayera, no sé si fue así, pero para todos lo fue: y no contó).

Continué por mi propio camino pero sin dejar de intentar el tradicional, sin embargo algo fallaba. Practicaba deportes, y entrenaba solo… ¡pero escogí patinar! ¿Cómo no hubo un alma sensata que me advirtiera que patinar no es deporte de adoración machista? Patinan las cosas resbaladizas, los errores, ¡pero nunca los varones! Moraleja: me gané que me dijera "el yeti de las nieves" (cualquier que haya patinado sabe que en los primeros pasos uno avanza con los brazos abiertos, torpemente). Años después, en el mismo club, hubo una escuela de patinaje pero jamás una placa de bronce que rezara: "A Pescetti que se inmoló", nada. Practiqué tenis, y no era malo, pero antes de Vilas, y el tenis no prosperó ni mi paciencia en él. Nadie iba a ver tenis. Trataba de jugar al fútbol, pero inevitablemente quedaba para el final de la elección, cuando los dos equipos estaban casi armados y sólo faltaba distribuir uno o dos jugadores se producían unas risas entre los capitanes que escogían y, junto con la humillación de ese momento, yo sentía deseos de venganza: les iba a demostrar que estaban equivocados, me esforzaría y jugaría como el mejor. Creo que me dijeron "que no corriera al pedo", y una vez hice un gol en contra. Estar al arco era una salvación mientras mi equipo atacaba, pero cuando se venían encima sentía pánico por ligar un pelotazo en la cara. Como arquero fui el más inexpugnable defensor de su propio cuerpo. Como no me divertía con lo que había que divertirse al poco rato "quería jugar a jugar", charlar con los otros y hacer bromas, pero los demás se tomaban muy en serio el partido y otra vez quedaba fuera de lugar.

En rigor de verdad los capitanes hacían bien en no elegirme, no estaban equivocados, en todo caso yo lo estaba por insistir en jugar con ellos, pero ¿cuántas opciones más existían? Ni en el pueblo ni en la ciudad de entonces las había. Serás deportista o no serás nada. Yo quería defenderme de no ser nada, no me interesaba ser deportista. Si hubieran habido talleres de teatro, clubes de lectura, clases de cómix, talleres de astronomía, talleres literarios, ¡hubiera participado en ellos, feliz! Pero no existían. En los sesenta y setenta la verdad es que todavía sólo se concebían caminos "serios" para lo importante. "Con las cosas serias no se juega", y bien torciditos que salimos gracias a eso. Hoy sabemos que a las cosas serias no hay que dejarlas en manos de los "serios" porque dogmatizan, terminan reproduciendo elites no importa la materia de que se trate (3). Sacerdotes y masa de fieles: en el deporte, en la ciencia, en el arte. Barrios de ricos y barrios de pobres. Territorios que se ocupan, cotos de poder, cimas inaccesibles y repartos arbitrarios. Aristocracia en la pintura, aristocracia en la literatura, en el teatro, en la danza, en ámbitos académicos, en la música (4). Centro y periferia.

El humor y el arte destinado a los niños son, las más de las veces: parientes pobres, habitan la periferia (cabe aclarar que no siempre por culpa de quienes califican, muchas veces los mismos artistas y creadores son quienes no toman en serio su trabajo).

En medio de todo eso el humor no fue una fuga, sino una herramienta de construcción de una identidad que busca y afirma otros valores.

¿Cómo podía saber a mis seis años que estaba en medio de dos batallas al mismo tiempo? Por una parte una visión aristocrática de la cultura contra una democrática, y por la otra una concepción machista versus una no-machista. Un gigante en un rincón, un dragón en el otro, y en el medio yo, un proto-juglar que no sólo no recurría a mi espada, sino antes bien trataba de ocultarla no fuera que me obligaran a usarla; y que en lugar de pelear intentaba: "Oigan, ¿no saben ése de… ?".

Sólo de más grande encontré a Dario Fo, Italo Calvino, Julio Cortázar, Todorov, también a Georges Brassens (5), y con ellos modelos mucho más acabados, herramientas conceptuales, el goce del saber y la cultura sin aristocracia ni popes ni acartonamientos; la ternura asociada a la valentía y mucha libertad, mucha libertad, mucha fiesta y mucha risa.

Buenos Aires, lunes, 4 de abril de 2005

Agradecimientos

Caminos personales
… le debe a Pablo Makovsky su entusiasmo y señalamiento que ayudaron a desbrozar lo esencial del trabajo. Y, especialmente, a Valeria Brusco, su lectura crítica que me hizo repensar varios supuestos y en cuyo diálogo enriquecedor indagamos otras posibilidades.

Notas

  1. "Seis propuestas para el próximo milenio" (Italo Calvino, Ed. Siruela)
  2. Mote despectivo para quien estudia demasiado, o de manera excluyente.
  3. Imprescindible leer "Misterio Bufo", de Darío Fo, con la lúcida y clara introducción "Anatomía del juglar" que Carla Matteini presenta en la edición de Ed. Siruela/Bolsillo.
  4. En una bella y sólida explicación de lo que es un criterio democrático, igualitario, en el manejo del conocimiento y el discurso, Todorov afirma: "Para mí, la máxima claridad en la expresión es una cuestión de ética, de respeto hacia aquel a quien me dirijo: es el modo en que lo coloco en el mismo plano que yo, que le permito responder y por lo tanto convertirse en sujeto de la palabra con el mismo derecho que yo". Deberes y delicias (pág. 62, Ed. Fondo de Cultura Económica).
  5. "Georges Brassens", Ramón Chao (Ediciones Júcar).

© Luis Pescetti

Comentarios

10 comentarios en “Caminos personales del humor

  • Analis & Aline dice:

    Wow Pescetti, sos un genio………..

  • martina dice:

    __ hola escuchen amo a luis maria peseti los sapitos de la noche no se esconden en la almohada y no asustan al bebe claro que noooooo ______

  • andrea dice:

    ps lorena esto no es un sitio de chat ps………………………………………………….
    lea abajo cuando ponga un comentario dice:
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  • Laura dice:

    Me hiciste recordar a Garick el rey de los actores ese que cambia el tedio por carcajadas que funje de medicina para el alma a muchos enfermos de ella, Pero dentro de él habita la tristeza, de nula exposición ante su público haciendose ver como el más feliz de la tierra,
    Que lastima si el te hubiera conocido quiza, quiza.

  • LORENA dice:

    ¿QUIERES SER MI AMIGO?

  • Rogelio Hernandez dice:

    Imprimi en alguna ocasion los tres ensayos Caminos Personales del Humor; en ellos muestras que el humor puede tomarse con seriedad, te pones del lado de quien se hace el chiste, haces pensar en el poder del lenguaje, de las palabras, del efecto que tienen en las personas en un plano horizontal, y en el vertical.
    ‘Sacerdotes y masa de fieles: en el deporte, en la ciencia, en el arte. Barrios de ricos y barrios de pobres. Territorios que se ocupan, cotos de poder, cimas inaccesibles y repartos arbitrarios. Aristocracia en la pintura, aristocracia en la literatura, en el teatro, en la danza, en ámbitos académicos, en la música (4). Centro y periferia. ‘

    Y como tambien dices, el humor tambien es una especie de cura, de medicina.

    El pesimismo me gana y en algunas ocasiones uno no puede recurrir al humor o a la risa cuando solo se tiene la cabeza pensando en la violencia en el periodico, en la violencia en las peliculas, en la violencia de la la maquina que no ve personas, en la violencia de decirle no al humor.

    Seguimos visitandote.

  • Siento como que te desnudaste ante el mundo… ¿no es así? Es muy agradable ver al niño detrás del hombre, las debilidades y las fortalezas de alguien a quien admiro tanto. Estas reflexiones sobre tu vida hicieron repensar mi propia infancia, con mis dificultades para relacionarme con los demás.
    Por otro lado me agrada saber a quiénes leés, quiénes colaboraron en tu formación, porque veo allí un interés que radica en el enriquecimiento personal, en “cultivar el alma”. Y todo ello se refleja en tu práctica con los niños. Esto me ha pasado con muchos llamados “humoristas”. Reconocer cuál ha sido su formación hace que mi interés por ellos aumente mil veces, porque reconozco en ellos cosas que antes no había visto.
    Te agradezco infinitamente este espacio en la web, y espero que pronto lo actualices!! GRACIAS!!!

  • ROJO dice:

    APRECIABLE LUIS:
    NO CABE DUDA, EL TALENTO SE LLEVA EN LA SANGRE, Y EN LA SANGRE TAN LIGERA COMO LA DE USTED, SOLO PUEDEN BROTAR COSAS TAN BUENAS. DESDE CHIAPAS, SALUDOS

  • Rosana dice:

    GRACIAAAAS !!!!!!

  • Ambarina dice:

    Hola luis!!! Bueno, leí todo y me encantó, es como que me gustó ver como un niño, y ahora una persona enfrenta sus problemas, o sus aspiraciones, o la conquista de una chica. Yo tengo 14 años y mi “arma” es la inteligencia. Con eso trato de tener mi lugar, de diferenciarme, de ser aceptada y de conquistar a mi chico. Sólo que soy medio lela para el sentido de la oportunidad. Además siento que no gano aceptación siendo inteligente, sólo algunas burlas y preguntas en papelitos en las evaluaciones. Cual es tu consejo??

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