Crónicas del pueblo 1

Limpié la mesa de granito que está en el patio. Ahora estoy sentado mirando las plantas. La enredadera, los rosales. Uno, amarillo, que está desde que yo tenía quizás seis años. Hace muchos años un viento lo arrancó de cuajo, volvió a crecer y ahora sigue lleno de rosas amarillas. Un limonero cargado. Puse la manguera para regar el patio, no llueve, falta agua. En cualquier momento comenzará a sonar el bombeador, otro ruido conocido y que remite no a mi infancia, sino a mi vieja lavando ropa que yo había traído, ella se había levantado antes, y a mí me despertaba el motor del bombeador. Toma el agua de una vertiente subterránea.

El ruido de su motor me recuerda esas mañanas, la placidez de despertarme sabiendo que estaba (estoy) en mi casa de infancia, en casa de los viejos, que había venido por unos días de descanso, un paréntesis. Una confirmación de que todo seguía en su lugar, un refugio, no importa lo que hubiera cambiado en mi vida, o lo que fuera a cambiar, no importaba la incertidumbre, frente a esta certeza: la casa, su ritmo, la vieja, el aljibe, la luz fresca de la siesta, desayunar. Mi lugar en el mundo.

© Luis Pescetti

Comentarios

3 comentarios en “Crónicas del pueblo 1

  • Flavia dice:

    A veces uno tiene esa suerte de volver al lugar en el mundo que es de uno, sólo de uno; y si ese lugar ya no está, nosotros sí estamos, y volvemos cada vez que lo deseamos, con nuestro propio recuerdo, porque también tenemos la certeza de que ese lugar existió. Y es que está acá, adentro, muy adentro…

  • Flavia dice:

    A veces uno tiene esa suerte de volver al lugar en el mundo que es de uno, sólo de uno; y si ese lugar ya no está, nosotros sí estamos, y volvemos cada vez que lo deseamos, con nuestro propio recuerdo, porque también tenemos la certeza de que ese lugar existió. Y es que está acá, adentro, muy adentro…

  • Flavia dice:

    A veces uno tiene esa suerte de volver al lugar en el mundo que es de uno, sólo de uno; y si ese lugar ya no está, nosotros sí estamos, y volvemos cada vez que lo deseamos, con nuestro propio recuerdo, porque también tenemos la certeza de que ese lugar existió. Y es que está acá, adentro, muy adentro…

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *